Exijo empatía



Voy a intentar no equivocarme. No me quiero equivocar en esto porque muchas de las veces considero que tengo en mis manos la verdad absoluta, pero al analizar a profundidad me doy cuenta de que mis verdades están determinadas por mi historia de vida, por mi entorno y demás situaciones que se han presentado ante mí.  

En los últimos días he sido testigo de la difusión en redes sociales del término empatía, que según el Diccionario de la Lengua Española se define como el sentimiento de identificación con algo o alguien o como la capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos.

La situación actual nos demanda que seamos empáticos en muchos sentidos y con muchas personas y es una gran oportunidad para serlo. Tristemente, hoy veo que esta empatía es demandada por algunos miembros de la sociedad a través de violencia o insultos.

Hemos presenciado largas filas en negocios de comida y que las medidas para establecer una convivencia a través de la sana distancia son poco o nada respetadas. De pronto, ver que se realizan fiestas o que no se toman precauciones genera inconformidad y esa inconformidad se traduce en la generación de diversas opiniones entra las que me parecen las menos indicadas aquellas que incluyen palabras como “pinche gente irresponsable” y las de clasificar a las personas bajo el término “mollera sumida” haciendo referencia a la ignorancia o la incapacidad de seguir ciertas indicaciones.

No quiero ahondar en el tema, porque información en redes ya existe demasiada y quien lea esto estará perfectamente consciente de su situación y las medidas preventivas que considera necesarias.

En lo que sí quiero hacer énfasis es en esa exigencia generalizada de empatía, porque estoy pidiendo a los demás lo que no he podido ofrecer, no solo en esta época, sino desde antes, cuando todos nos movíamos en nuestros ambientes con suma normalidad.

Exijo que el vecino, que aquel desconocido se comporte de la manera que yo considero adecuado porque es lo “lógico”, porque se trata de “sentido común”. Y entre más lo analizo menos común creo que sea esta forma de pensar.

Me indigno ante comportamientos “ignorantes”, preocupado por las afectaciones que de ellos se puedan derivar. Reclamo acciones de las personas para proteger a otros sectores de la población que puedan verse más afectados. Y lo entiendo. Lo entiendo porque formo parte de ese grupo que tiene un pensamiento homogéneo porque sus condiciones y experiencias en eso han derivado.

Pero me pregunto ¿cuántas veces he sido consciente de esto antes? ¿Realmente he sido empático con aquellos que no piensan y no creen como yo? ¿En qué momento me convertí en aquel ser que cree que la manera correcta de hacer las cosas es como las dicta mi mente?

Creo que la mayoría de la gente debe pensar como yo, que la humanidad tiene un común denominador del mal llamado “sentido común”, ignorando que este mundo se compone de muchos mundos.

No justifico comportamientos, pero creo que tampoco es momento de juzgarlos, por difícil que sea.

La manera en que nos desenvolvemos en el mundo es el resultado de un montón de cosas que se van acumulando, positivas o negativas.

Daniel Goleman en su libro La Inteligencia Emocional, cita a Daniel Stern quien dice:

“Las relaciones a lo largo de la vida   ̶ con amigos o parientes, por ejemplo, o en psicoterapia ̶ remodelan constantemente el modelo operativo de las relaciones. Un desequilibrio de un momento determinado puede corregirse más tarde; es un proceso continuo que se desarrolla a lo largo de la vida”.

Lo anterior significa que pude haber tenido una infancia un tanto difícil, cualquiera que haya sido la situación. Mi contacto con otros entornos, personas, ambientes, modelos a seguir modificaron lo que pudo haberse previsto como un destino trágico.

Mientras que lo contrario puede suceder también. Si tuve una infancia linda pero la etapa de la adolescencia o la juventud estuve expuesto a situaciones toxicas o dañinas, el destino que parecía prometedor pudo haberse convertido en lo contrario.

Y yo me pregunto ¿y si la vida hubiera sido una complicación tras otra? ¿Qué habría sucedido si mi entorno hubiera sido siempre el mismo y los ejemplos a mi alrededor se repitieran? ¿Si no encontré algún mentor que me inspirara? ¿En qué punto de mi vida habría tenido yo la oportunidad de corregir el camino?

Ninguno de nosotros llega a este punto únicamente por lo que uno es, o por que uno esté iluminado con alguna luz especial o algo que nos haya dotado de una extraordinaria forma de pensar. Hace algunos años estaba equivocado y sigo estándolo ahora que desconozco esos mundos diversos y aquellas maneras de pensar.

Una cosa si puedo asegurar, para cambiar algo, lo que sea, necesita conocérsele y entenderlo. Buscar las causas y no tratar de corregir únicamente el resultado, cuando desde origen se está produciendo la misma materia.

Para cambiar debo entender el porqué de esos resultados.  Y sucede así con todo, tratando de entender al que dice que si, al que dice que no, al que lee, al que no lee, al que se cuida y al que no. A las que marchan y los que exigen, a los que roban y a los que mienten. A los que estudian y a quienes trabajan. Los que comen y dejan de comer. A quienes deciden tener un hijo, a quienes deciden lo contrario. A quien vive en la montaña y al que vive debajo del puente.

Exigir empatía es lo último que puedo hacer si no lo hago primero yo, y aunque fuese así, no es algo que yo pueda programar o modificar en los demás. No de un día a otro. No se puede componer al mundo si no se compone a las personas primero: entendiendo el origen y empezando por mí.

 

*Daniel Stern, The Interpersonal World of the Infant, Nueva York, Basic Books, 1987

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