Me enamoré de la imagen


El mes pasado leí un libro (mi primer libro electrónico, por cierto). Abordaba diversas temáticas, muchas de ellas motivacionales y para el desarrollo personal. Me gustó. Pero hubo alguna parte del libro que se me quedó grabada y dando vueltas en la mente.

“Nos enamoramos de la imagen” o algo por el estilo. Con esta frase, el autor buscaba hacerme entender que muchas veces queremos algo y nos lo imaginamos tan real, tan cercano, tan nuestro pero muchas veces ese “algo” nunca llega, nunca se logra. Porque aquello que anhelamos solo está en nuestra mente y nunca realizamos los esfuerzos para llevarlo a cabo.

Es decir, todos queremos una oficina grande, queremos un cuerpo maravilloso o nuestro propio negocio. Sin embargo, no estamos dispuestos realizar aquellas tareas que son necesarias para lograr el objetivo que tenemos en mente. No invertimos las horas necesarias para que el trabajo se realice, no nos alimentamos sanamente y tampoco apreciamos el riesgo ni la incertidumbre.

Y eso mismo me sucedió a mí. Desde siempre me he visto con cuadernos y lápiz en mano, escribiendo párrafos de esto y aquello, diciendo a los demás que me gusta escribir pero que no me he dado el tiempo suficiente. Me veía a mi mismo sentado frente a un teclado, bebiendo café recién hecho y platicando en las mesas sobre nuevos proyectos, quizá un cuento o alguna novela basada en hechos reales.  Me visualizaba a mí como un generador de ideas, de historias, con opiniones bien desarrolladas… pero nunca lo llevé a cabo.

Era cierto, me enamoré de la imagen de ser una persona que escribía, por no decir que me creía un escritor. Pero hasta el día de hoy no dediqué ni tiempo ni esfuerzo en empezar realmente aquello que tenía en la mente. No quise sacrificar algún fin de semana de fiesta o dejar de ver tres horas seguidas una serie de televisión por avanzar con esa “gran historia” que nunca ha visto el papel y tampoco el teclado.

Afortunadamente, siempre llegan los momentos para tomar decisiones serias y empezar a dejar de lado aquello que ya no nos interesa, retomar lo que dejamos pendiente o iniciar lo que en algún momento dijimos que iniciaríamos.

Y por esto estoy aquí, frente al teclado, con papel y lápiz en el escritorio y una taza de café recién hecho para escribir lo que vaya surgiendo, para cambiarle los nombres a los escritos que escribí en mis diarios, para quejarme de lo que no me gusta y para hablar de lo que si estoy haciendo para cambiarlo.

No estoy aquí para convertirme en aquella imagen que siempre he visto y que mantengo en mi cabeza. Estoy aquí para hacer el esfuerzo, disfrutar la escalada y decidir si continuo o dejo ese camino.

Por cierto, el libro que leí lleva por título El sutil arte de que te importe un carajo de Mark Manson. Lo pueden encontrar en plataformas digitales de Gandhi y Amazon.

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